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LAS ARENGAS DE ISIDREZ

Alix, Mínguez, Ouka y los demás

 

A todos los que tendrían que estar y se quedaron en el camino

 

Siempre he dicho que los ochenta, son nuestros. A pesar de que muchos renieguen de esa época y otros se apunten al carro ochenteno por pura conveniencia, aunque muchos han intentado matar es década y otros lo han magnificado, los ochenta siguen siendo algo muy especial, quizás porque fuera la época de juventud, de locura, de experimentación, de nuevos descubrimientos…

 

Los ochenta han vuelto, vuelven a estar de moda, aunque reconozco que me jode bastante que se considere dentro de una “moda retro”. ¿Será que yo soy retro y todavía no me he dado cuenta? El caso es que en esta avalancha de actos reminiscentes de mi época dorada,  encontré tres billetes para viajar en el tiempo en primera clase que no pude rechazar.

 

Mi primer viaje, fue el mes pasado. Fue un viaje al glamour colorista de los ochenta. Lo seres ambiguos, los maquillajes extremos, el colores chillones, el “kutre-luxe” más auténtico, las imágenes más frívolas… Volver a ver sin envejecer a Alaska, a Alejandro Sanz, cuando todavía era Alejandro Magno, Alaska, Radio Futura,  Fanny McNamara, Almodóvar… Este viaje fue a través de la mirada de Pablo Pérez Mínguez, el “hombre de la cámara”. Si alguien fue alguien en esa época, Pablo lo inmortalizó con su Nikon. Cuando acabé este primer viaje, sentí nostalgia del pasado, era demasiado bonito para perderlo, así que volví a realizar el viaje de nuevo. Volví a casa y me puse a ver “The Rocky Horror Picture Show”. Poco a poco volví al presente, aunque no del todo.

 

El segundo viaje lo estuve retrasando, ya que en principio iba hacerlo acompañado. Realmente fue un error la espera, ya que mi compañera de viaje, al final se olvidó de él como tantas otras veces. Habrá más viajes, pero seguro que no como éste.  Tomé el billete y volví a viajar a los ochenta. Esta vez, tuve un pulpo de ocho metros dándome la bienvenida. Descubrí que todos tenemos un pulpo dentro de nosotros. Esta vez me inmiscuí en la creatividad ochentena, el surrealismo, el juego visual. Volví a ver la colección de peinados estridentes, de imágenes en blanco y negro coloreadas por las acuarelas de la maestra. La acuarela, el blanco y negro, los vídeos, los pulpos, las hadas, la cámara oscura… Un viaje espectacular, con Ouka Leele como cicerone. Al final de este viaje por el túnel dio algunos pasos intermedios hasta llegar a la época actual. Lástima de ese final para un viaje maravilloso, mostraba un gran problema de la evolución. Solo pude decir: “Más de lo mismo”. Eso sí, con más creatividad y experimentación de lo que hacen ahora los “artistas” de ahora. De vuelta a casa, abrí una cerveza, cogí mi cámara y me hice unos autorretratos. Para ser un genio, también hay que ser algo divo.

 

El tercer y último viaje prometía algo más, un buceo por el submundo ochentero, a través de las miradas de Alberto García Alix, pura fotografía documental en blanco y negro. Al iniciar el viaje, un cartel avisaba que “podría herir a la sensibilidad”. ¡Qué estupidez!, pensé. Al entrar, lo primero que veo es la imagen del autorretrato en moto del propio Alix. Según iba avanzando, veía rostros que para la  mayoría de los viajeros eran anónimos, pero algunos eran muy conocidos para mí. A cada paso que daba, volvían a mí recuerdos que tenía olvidados, encerrados y que creía expulsados para siempre. El dolor, las drogas, la muerte… La parte oscura de los ochenta, la que no queremos recordar, las caras tensas en el rastros esperando al “dealer”, el caballo entrando por las venas, la vida que poco a poco se va escapando. Ojos tristes y apagados que antes estaban llenos de vida, habitaciones de pensión mugrientas, cucharillas quemadas. Pasé del blanco y negro a las dobles imágenes en color de Xila. La realidad que reflejaba era se cuadra más dura, otra vez volvieron esos negros recuerdos. Por fin acabó el viaje. El sudor recorría mi cuerpo, temblaba y mi cabeza no podía parar. Miles de imágenes por segundo pasaban delante de mí a toda velocidad. Entré en una tasca y pedí una jarra de cerveza fría. Encendí un ducados y mientras la cerveza bajaba por mi gaznate, me di cuenta de volvía a estar de vuelta en el 2006. Tal vez no sea una época perfecta, ni se parezca a los ochenta, pero es el tiempo que estoy viviendo y solo por eso, merece la pena.

 

Salud!!!

Isidrez

 

2 comentarios

Isidrez -

Afrofida, no lo dudes. Los 80 son nuestros

AFRODITA -

Yo creo que los 80 nunca se fueron de nuestros corazones, besos.